Pasando páginas

Algunos dicen que somos lo que pensamos. Hay quien cree que lo que comemos. Otros que estamos hechos de nuestras decisiones: de cómo nos determina lo que elegimos o de cuánto nos pesa aquello que, en su día, descartamos. Según el poeta Caballero Bonald no somos más que el tiempo que nos queda. Y sin embargo, en realidad, cada uno no es más, ni menos, que el resultado de sus propias experiencias.
Y aunque los lugares comunes insistan en negarnos pregonando que «la distancia es el olvido», que «veinte años son nada» y que «cualquier tiempo pasado fue mejor», la verdad es que dos décadas pueden sumar toda una vida, que nada mejor que la distancia para engancharse y vivir idealizando los recuerdos; y que no hay objetivo más humano y más legítimo, que querer vivir hoy, siendo un poco más feliz que ayer.
Y viviendo, las imágenes, las palabras, los actos, las escenas y los sentimientos se nos van acumulando en la retina y el recuerdo. Cada uno con sus principios y finales, a veces tajantes, a veces borrosos. Y se van formando poco a poco los periodos que moldean la estructura, el pensamiento y el cuerpo de aquello que somos y llevamos (o incluso arrastramos) de un sitio a otro.
Desde las épocas en las que la vida estaba llena de cosas que aún no habían pasado, a los momentos turbulentos en los que sólo se puede salir corriendo en busca del tiempo perdido, pasando por los periodos en los que se logra construir un rincón propio en el mundo (insignificante pero valioso) y gran parte de los instantes importantes de la vida transcurren dentro casa.
Y mientras la vida pasa, también cambia en sus pequeños gestos: ya no solemos abrir un álbum en forma de libro para ver las fotos sino encender una pantalla. Y el cajón que guardaba la correspondencia personal apenas se usa, salvo para recibir con sorpresa alguna carta perdida y valiente que llega desafiando con su sobre y su sello todo un mundo de correos electrónicos.
Día a día, las vivencias se amontonan, se superponen y se van sustituyendo por recuerdos mientras las cifras y los años se confunden. La frialdad y la poca relevancia de los números se demuestra más que nunca pues los tiempos de la vida quedan divididos por aquello que nos marcó un principio o un final. Por periodos internos que sólo la intimidad entiende y que se burla de calendarios, fechas y estaciones.
«No, eso fue mucho antes porque aún vivíamos en la otra casa»
«Claro que fue entonces… Él aún estaba vivo»
«Acuérdate, eso ocurrió cuando ya estábamos casados»
Así decimos, cuando el tiempo ya se ha ido. Como criterio que esclarece las dudas en ese mundo borroso que es el pasado. Con la certeza que da referirse a un momento de la vida que es una frontera. De esos en los que la vida cambia. Y uno, con ella.
Y que serán después como mojones de una carretera, que nos ayudan a saber dónde estamos y a entender el trayecto recorrido. Que marcan inicios o finales de amores aún conservados o ya perdidos; que celebran nacimientos, conmemoran muertes, señalan viajes, traiciones, descubrimientos, decepciones, éxitos y logros, mudanzas, decisiones, pérdidas…
Y así vamos. Y así avanzamos. Marcados por afectos y emociones que en el futuro nos servirán como puntos de referencia para organizarnos la vida y sus recuerdos.
Y así seguimos, pasando páginas.
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