Hay gente que aparece, de repente, en la memoria.
Gente que no forma parte de nuestros recuerdos habituales, que no está en nuestra agenda de teléfono ni en las fotos que seleccionamos y mostramos. Personas con las que un día convivimos y nos relacionamos pero que no han llegado a tener ni un centímetro cuadrado en los departamentos de nuestra memoria. Ni en propiedad ni en alquiler.
Nombres que conocimos y usamos pero que no quedaron en nuestras listas de contacto, que no forman parte de nuestros recuerdos más evidentes y que ni siquiera tienen una mención secundaria en la narración de nuestras vidas.
Y sin embargo, un día aparecen. Así, sin más. Sin avisar y sin razón aparente pero perfectamente enfocados en ese lugar de la mente donde se proyectan las evocaciones.
Llegan en un sueño o viajando en las palabras de otro; asociados a un objeto, a una música o en el paso fugaz de una imagen que nos muestra con nitidez un instante y un rostro que creíamos olvidado. Todo un paquete de recuerdos y sensaciones cubiertas por el polvo de los años que vienen bajo el brazo de aquel que (por algún motivo) se sentó en la última fila de nuestro cerebro. Alguien a quien la luz de nuestra memoria apenas alumbra y a quien nunca prestamos atención. Porque los focos de la vida diaria nos deslumbran, el quehacer cotidiano nos entretiene y porque, cuando nos permitimos mirar atrás, nos quedamos siempre conversando con quienes (por derecho, falta u obsesión) se ubicaron en los primeros asientos de nuestro pasado.
Si la memoria es selectiva, nuestros recuerdos son siempre incompletos. Y en quienes no pensamos ni hemos pensado durante años siguen existiendo y viviendo su día a día. Quizá igualmente sin pensar en nosotros. Quizá recordándonos con una intensidad que no sospechamos.
Y en la intimidad del pensamiento, un encuentro accidental al doblar una esquina de las calles del recuerdo: alguien aparece un día frente a nosotros mientras caminamos. De repente. Sin esperarlo. Sin nada que lo anuncie. Y desplegando en un instante una alfombra de dudas y opciones:
Pudiendo pasar de largo sin saludar.
Pudiendo saludar, sin detenerse, con una mueca que intenta ocultar la cara de sorpresa.
Pudiendo detenernos, entablar una conversación e invitar a tomar un café al propio recuerdo.
Y todo un mundo que erróneamente creíamos olvidado, aparece de repente ante nosotros. ¿Dónde estuvo todo este tiempo?
El ser humano, o la fragilidad de la memoria.